Concurso de

cuento corto

Fecha: 30 de Junio de 2020

Edición: Junio 2020 No. 23

Primer lugar

Lado B

por Milvia Alata

Una pila de desechos: casetes, disquetes, videocasetes y discos compactos. Cosas que usaban los antiguos para guardar información – me grita la guía. Eso yo ya lo sabía, padre me enseñó. El viejo sabía cómo hacer que el láser de un discman volviese a funcionar. A los 10 años él y yo teníamos, en su diminuto taller, miles de mundos, miles de años vividos a través de la música. A veces su cuerpo se retorcía con el beat de una melodía. No sé cómo es que padre aprendió a arreglar esos dispositivos, quizás su padre le enseñó o quizás en sus tiempos era común saber este tipo de cosas.

También hay muchas pantallitas destrozadas, esas están en otra pila, más grande aun. Esos tienen cámaras, son celulares etiquétalos bajo el código ML22. Cuando mis progenitores designaron las tareas de sus hijos a mí me dieron la responsabilidad de procurar recursos, me mandaron a los campos de luz. Aquí deshuesamos los aparatos que resultarán en oro, plata, cobre y paladio. Creo que sólo yo sé para qué servían en el pasado y donde los hijos de otros ven basura yo veo tesoros. Un día padre se robó un código ML22 y lo desarmamos juntos, no rompió ni una sola pieza.

Hoy me ha tocado ir a un nuevo campo de luz, creo que he visto a padre. Nunca escuché de alguien que volviese a ver a sus progenitores. Han pasado varios años y yo mismo ya tengo hijos. Ya sé a qué hijo debo designar a los campos de luz. He intentado prepararlo con historias sobre los héroes de los campos de luz. Intento glorificar la idea de pasar días bajo la radiación y los trajes protectores. Hijo también disfruta de la música y me recuerda a padre cuando baila al ritmo de canciones tan antiguas como las historias que cuentan. Tiempos en que los chicos se metían al mar y disfrutaban del sol y la arena. Hijo ama a The Beach Boys

Otra vez vi a padre, reconozco las modificaciones que le hizo a su traje. Pronto seremos tres generaciones en los campos de luz. Hijo ya sabe todo lo que yo sé. Puede usar la luz a su favor, no le teme. La primera vez que usó una celda foto-voltaica le advertí que jamás podría decírselo a sus amigos, que sólo los hijos de los campos de luz podían ver la luz del sol. Así nos convencíamos de que no era una condena vivir aislados en la superficie de la tierra, sino que a nosotros se nos confiaban los secretos de las estrellas. Padre se acercó a mí y puso un pequeño casete en un bolsillo de mi traje. Apenas llego a casa busco el equipo para reproducir la cinta, no lo encuentro. Hace tiempo que sólo usamos CDs. Hijo me ayuda a buscar. No puedo contarle que vi a padre, eso no está permitido. Mañana hijo se irá a los campos de luz y quizás padre lo sabía. Tendré que salir en la noche, tendré que escabullirme y caminar sólo hasta las pilas de desechos en busca de la casetera.

Veo el cielo nocturno desde los campos de luz, una última enseñanza de padre. Encuentro una casetera destartalada, busco partes que me sirvan para arreglarla. Vuelvo a casa sin ser visto, ya casi va a amanecer. Arreglo la casetera y presiono play. “The colors of the rainbow so pretty in the sky, are also on the faces of people going by …and I say to myself what a wonderful world”. Padre siempre la tarareaba. Él pasó mucho tiempo buscando esa canción porque quería compartirla conmigo. Lado A del casete en la voz de Louis Armstrong y lado B The Ramones. La escucho sin parar hasta que la melodía es parte de mí. Sonreímos, ahora tengo un regalo para darle a mi hijo y quedarnos con él por siempre.



Segundo lugar

Una falsa perspectiva

por Andrés Plaza

El reloj marca la una de la madrugada, las calles están oscuras y solitarias. Camino rumbo a casa, pero no tengo la mínima intención de llegar a mi destino. Mientras camino, mis pensamientos me consumen y el estrés de trabajar y estudiar abunda en mí. No había tenido la mejor noche de mi vida, salí a tomar un par de cervezas con el fin de que el alcohol dispersara mis pensamientos y al mismo tiempo pasar un rato tranquilo con mis amigos. Ocurrió todo lo contrario, las cervezas pasaban una a una, y cada vez, sentía más que estaba en el lugar equivocado. Me sentía abrumado por los comentarios clasistas y soberbios de mis amigos, que por pertenecer al gremio de la ciencia se creen superiores al resto de la población, me sentí en un mundo de ilusiones donde solo encontraba sentimientos pasajeros, grandes egos y amigos por conveniencia

Estaba a punto de estallar y de salirme de control, pero recordé las palabras de mi abuelo, “Guarda tus labios en momento de desesperación, pues la prudencia es la que nos hace verdaderos sabios”; Así que tomé la determinación de irme, pagué mi cuenta y emprendí mi camino a casa, al único lugar donde podría estar cómodo. Al llegar a casa, después de deambular por un tiempo considerable, me tope con la sorpresa que había una reunión y casi toda mi familia se encontraba allí. Llegué con una expresión de pocos amigos, saludé a todos los presentes, luego me senté al lado de mi padre y mi abuelo, los cuales estaban disfrutando de un buen whiskey. En un momento inesperado en medio del ruido producido por el resto de mi familia, mi abuelo bajó su tono de voz y habló conmigo:

- ¿No crees que los años pasan, y no nos damos cuenta que nos gastamos la vida de tanta usarla? ... vendemos ilusiones y fingimos sentirnos cómodos con una vida que simplemente no nos llena.

Miré fijamente a mi abuelo, iba a responder a su pregunta, pero continúo hablando…

- Pasamos nuestras vidas buscando una oportunidad para triunfar, ya sea para ser exitosos, conseguir lo que llamamos amor o simplemente para ser felices ¿Y todo esto, para qué?

- Abuelo, ¿Por qué me dices estas cosas?

- En tu cara se ve que no estas conforme con tu situación actual, estas meditabundo y perdido en tus pensamientos y ¡sabes algo!; creo que en ocasiones tienes que morir unas cuantas veces antes de poder vivir en verdad.

- ¿Morir? – Sí, tienes que reinventarte.

En ese momento lo entendí, sus palabras precisas y profundas eran como las lentes de Fresnel de un faro que, a pesar de su corta distancia focal, pero gracias a su abismal tamaño, logran iluminar el camino de un barco en medio de la oscuridad.

Yo era ese barco y entendí que le damos más importancia a mantener un estatus, a guardar las apariencias, y a cosas materiales; razones por las cuales dejamos a un lado nuestros sueños, gustos y hacemos a un lado personas que siempre han estado ahí para nosotros. Vivimos en una cultura donde prima el ego y el hecho de envanecerse. Así es como dejamos a un lado el sentido profundo de nuestra existencia.

Pasaron unos minutos mientras reflexionaba sobre todo lo que había dicho mi abuelo, mi expresión había cambiado, volteé a verlo y le sonreí, él me ofreció un trago y dijo:

- “La calma y una vida modesta trae más felicidad que la persecución del éxito combinado con agitación constante”, eso decía Albert Einstein.